Queridos lectores:
Les comparto estos textos de un proyecto de próxima publicación. El libro se llamará "Besos de Papel"
Espero que lo disfruten.
Arcángel
Miguel se vio a sí mismo desmembrado. Con las alas
desprendidas del cuerpo, el brazo que empuñaba la espada de la justicia estaba
lejos de su vista pero aún podía sentirlo. Su cabeza decapitada y la balanza de
la verdad rota en al menos cinco pedazos.
No recordaba nada y el piso de porcelana en donde
permanecía inmóvil le causaba inquietud.
Poco después recordó su caída, cuando la mujer de
la limpieza pegó con la escoba en la repisa del comedor y lo estrelló en el
piso.
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Jaulas vacías
La reja llena de verdín de la casa de la 18 hacía
pensar a los transeúntes que aquella vivienda estaba abandonada. Los muebles viejos y las figuras de porcelana
esperaban ansiosas a que alguien les quitara el polvo. El patio delantero estaba
rodeado de jaulas sobre pedestales oxidados. El tiempo y la ausencia de pájaros
hicieron que perdieran el brillo y la calidez que tenían hace algunos años. En
el cuarto del fondo un hombre terminaba de vestirse colocando un sombrero negro
sobre su grisácea y escasa cabellera. Caminó con andar pausado hacia la cocina.
Se haría un café cargado. Se sentó en el desvencijado sofá a esperar la
llamada que llevaba esperando muchos años. Después de la muerte de su esposa lo
único que le hacía feliz era recibir noticias de alguno de sus hijos o nietos..
Hacía meses que ninguno de ellos lo había llamado. Aun así, él esperaba,
esperaba y esperaba. Cayó la tarde y se fue a dormir. Tuvo un sueño profundo
del cual nunca despertó. Días después el sonido intermitente del teléfono se
hizo presente en el silencio.
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Arena Puebla
Era lunes, el santuario de luchadores estaba listo.
Jorgito, tomado de la mano de su madre, se sentó en la tercera fila. Una voz
auguraba la batalla épica más grande en la historia. Al grito de: ¡Pégale con
todo!, ¡rómpesela!, ¡dale en toditita!, un grupo de mujeres, con mandil y
cemita en mano, vociferaban hacia el cuadrilátero.
Los niños miraban impactados cómo Mephisto
enredaba a Diamante Azul y le arrancaba la máscara mientras El Tirantes
resonaba la tercera palmada.
En un instante, los fanáticos rudos vitorearon al
campeón. Jorgito se asombró al ver que su héroe tenía un rostro familiar.
La Arena Puebla lo vió salir en los hombros del
perdedor, agitando la máscara y gritando con orgullo: ¡Mi padre es Diamante
Azul!
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La muñeca
A Julia le gusta jugar con su muñeca en el
balcón de su casa. Desde ahí observa desfilar a globeros, vendedores de
merengues, mujeres apresuradas y las carretas que llevan las verduras al
Mercado de la Victoria. Algunas personas
se detenían ante la mirada de ambas niñas, la real de ensortijados cabellos
negros y la de juguete que les decía adiós con la mano. A veces solo sonríen y
saludan a las pequeñas de las alturas. Es otoño, la familia se sienta a la mesa
frente a los chiles en nogada. El sol se oculta detrás de los volcanes y el
viento remece las trenzas de la niña que se pregunta: ¿Quién se llevó mi
muñeca? Escucha dentro de la casa el resonar de las risas, las copas y las
anécdotas. Una mano cálida toca su hombro. Mamá, entra a la casa. Hace frío.
Julia suspira. Su mano, de dedos retorcidos por los años, acaricia su muñeca,
ahora invisible, antes de ingresar sin remedio al cálido interior de una casa
desconocida.
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Camafeos y vestidos
Cecilia y Magdalena abren el baúl. Sacan sus
vestidos y se los prueban. Magdalena se cuelga el camafeo. Abraza el retrato de su novio y las cartas
que le escribe todos los días desde que se fue a la guerra cristera. Cecilia
toma la orilla de su vestido, lo mueve con delicadeza y baila por toda la
habitación. Entona con sutileza “El día que me quieras” recordando ese sábado
de gloria del 34. Aquella canción se la dedicó el muchacho que conoció en los
portales. La invitó a pasear por el zócalo, le compró una nieve y prometió
regresar la siguiente tarde; le pediría permiso a su padre para salir con ella.
Escuchan las campanadas de catedral y un ruido de pasos en la escalera. Guardan
silencio. Voltean a verse y se van sigilosas atravesando la pared, como todas
las noches. Un chico prende la luz y escucha el eco de unas risas disipándose
en la oscuridad del sótano.